De poder, se puede, lo que no se debe.
Por tragar un buche de agua salada no va a pasar nada —¿quién no ha tragado accidentalmente un poco de agua salada mientras tomaba un baño de mar?— pero si tragamos mucha puede ser muy perjudicial. Y eso sin llegar al extremo de lo que supondría un ahogamiento.
Los efectos van desde diarreas hasta el colapsamiento de los riñones.
En los procesos que ocurren en nuestro organismo tiene mucho que ver la ósmosis, que es un fenómeno físico-químico relacionado con el comportamiento del agua —como solvente de una solución— ante una membrana semipermeable para el solvente (agua) pero no para los solutos. Tal comportamiento entraña una difusión simple del agua a través de la membrana, sin gasto energético.
Si una membrana de este tipo (una membrana celular, la piel…) separa dos soluciones de agua de diferente concentración, se genera un trasvase de agua desde la zona de más baja concentración o hipotónica, hacia la de alta concentración o hipertónica, buscando el equilibrio.
Este movimiento del agua a través de la membrana celular puede producir que algunas células se arrugen por una pérdida excesiva de agua, o bien se hinchen por una ganancia excesiva de agua. Para evitar estas dos situaciones de nefastas consecuencias para las células, estas poseen mecanismos para expulsar el agua o los solutos, aunque requieren gasto energético.
Ahora se nos plantea una pregunta. ¿Por qué no sale toda el agua de nuestro organismo cuando tomamos un baño de mar? La concentración de elementos en el agua corporal es menor que en el agua salada. ¿Qué ocurre, pues?
Lo descrito hasta ahora es lo que ocurre en situaciones normales, en las que los dos lados de la membrana están a la misma presión; si se aumenta la presión del lado de mayor concentración, puede lograrse que el agua pase desde el lado de alta concentración al de baja concentración, en un proceso que se conoce como ósmosis inversa.
Al bañarnos en el mar, el agua (y no la sal) penetra en nuestra piel sin mayor consecuencia que la de arrugarnos la piel de los dedos, como si de agua potable o desalinizada se tratase.
Ahora bien, si bebemos agua salada, al entrar en nuestro organismo no existe ninguna diferencia de presión, por lo que funciona el mecanismo de la ósmosis. Nuestras células ceden agua para equilibrar la concentración en un proceso contínuo.
Los riñones comienzan a acumular sal en el proceso de filtrado de la sangre hasta que resultan dañados. Nuestro organismo intenta eliminar la sal sobrante a través de la sudor, la orina y las heces, pero para ello ha de utilizar más agua que la adquirida al beberla salada. Se desencadena un proceso de deshidratación.
Beber agua salada nos da todavía más sed y empeora nuestro equilibrio hidrostático. Así que, por mucha sed que tengas, no bebas nunca agua salada.